Nunca me ha obsesionado demasiado mañana, ni mucho menos la semana que viene. Nunca, creo que jamás, me ha importado mucho dónde estaré o qué pasará dentro de una hora. Sin embargo el tiempo y su paso, la experiencia y (en este caso) su huella, no dejan de obsesionarme de un tiempo a esta parte. Un tiempo durante el que no dejo de darle vueltas al concepto de memoria y a su implicación (y parte de culpa) en la construcción de quienes somos.
¿A qué afecta la memoria? ¿Sobre qué islas se asienta? ¿Cómo tratarla? Cuidarla. ¿Es selectiva? ¿Y el olvido?
No son preguntas nuevas, para especialmente lúcidas. Son preguntas sin más. Preguntas que atienden a la necesidad intrínseca de encontrar la piedra angular que nos ate a la experiencia, que nos una de forma irremediable a lo expirado, al pasado, a lo vivido. Preguntas sin más que tienen la intención de solventar el miedo a un futuro incierto que se construye, precisamente, sobre ella.
Guardamos objetos, nos los apropiamos, plasmamos momentos en fotografías, desarrollamos nuestra tecnología hasta límites infinitos para que estos no se diluyan con las horas y lanzamos un guante a la arena del reloj. Objetos, fotografías, vídeos portadores de esa memoria que nos hace ser quién somos: que fundamenta y sostiene nuestra personalidad.
Es la obsesión del coleccionista. O del trapero: una descripción que Baudelaire hace sobre el poeta y que Benjamin recoge para hacerla suya "todo lo que la gran ciudad -en nuestro caso, el tiempo- ha hecho pedazos, él lo cataloga, lo colecciona”.
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| W. Benjamin hablaba de 'la lucha contra dispersión' como el 'motivo más oculto del coleccionista' |
Una actitud que, me pregunto, si no es fruto de una intuición natural e innata que se desarrolla en nuestra mente. Una alarma que nos avisa de que olvidar, además de inevitable, es necesario. ‘Es absolutamente imposible vivir sin olvidar’ señalaba Nietzsche y, en la misma línea, Alexander Luria, neuropsicólogo soviético, estudiaba con obsesión los errores de la memoria como consecuencia de un sistema adaptado a las exigencias del entorno. ¿Será la previsibilidad de lo irremediable?
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| La primera imagen se corresponde con la 'cápsula número 44', año 1973. La segunda es el grueso del archivo que reunió Andy Warhol |
Esta actitud se hizo patente en el mundo artístico e intelectual con la posmodernidad, cuando sobrevino un impulso existencial que volcó un interés inaudito de los archivos como antídotos del paso del tiempo y contenedores de la memoria. Andy Warhol, sin ir más lejos, creo las Time Capsules: su proyecto más grande y costoso. En ellas, guardó materiales para su trabajo y un enorme registro de su vida cotidiana. En conjunto, este material ofrece una visión única sobre el mundo privado de Warhol. Desde comienzo de los años setenta, hasta su muerte en 1987, Warhol creó 612 Time Capsules terminadas.
| Les Suisses morts, 1989. Instalación de Christian Boltanski |
Otra de las grandes figuras artísticas que se relacionan casi por inercia con la recuperación y la persistencia de la memoria es Christian Boltanski, cuyas obras suelen girar en torno a una escenografía de inventario que llama la atención sobre los frágiles parámetros de la memoria. Recuerdos a veces anónimos enfatizados por fotos y objetos usados que conforman un espacio en el que el lugar y el tiempo del recuerdo se vuelven fundamentales
No queremos - o nos vemos abocados a no querer-, sin embargo, la virtud de Funes el memorioso. No queremos para nosotros todos los recuerdos, solamente aquellos que nos hayan ayudado a pegar el estirón: a construirnos, pieza a pieza como en un puzzle, en la torre de babel que hoy somos. Y es que, como Borges señalaba en su cuento, “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer".




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